sábado, 29 de abril de 2017

Ausencias



En toda vida siempre

existe un primer muerto.


Un rostro lívido que siendo familiar

de pronto se nos vuelve

extrañamente ajeno.


Una carnal carcasa que convoca

un estallido mudo de preguntas

sobre nuestros oídos indefensos.


Nunca hasta ese día supiste a ciencia cierta

cuál era la textura fidedigna 

del frío y del silencio.


Poco a poco

-cada marco de plata lo atestigua-

se han ido amontonando los cadáveres

en nuestros aposentos.


Se han ido acomodando

en rincones al Sol de la memoria

allí donde se doran los recuerdos

y ya no te intimidan.


Últimamente, usando

la familiaridad que da la confianza,

hasta duermen conmigo.


Con las primeras sombras

acuden puntualmente desde los recovecos

más íntimos del alma.


Como lapas se aferran

a la iconografía pálida y falaz

del perfume y el gesto,

persiguen a los ángeles azules,

que me velan la cama y espantan los insomnios,

se apropian del bocado

más suculento y tibio de mis sueños.


Pretenden que no tenga

un momento siquiera de respiro,

que llegue la mañana y que me encuentre

quebrada y con ojeras,

siendo la fantasmal imagen viva

del desfallecimiento.


Contándole a la almohada de qué modo implacable

 las ausencias nos  siembran de ortigas nuestro lecho. 


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