Siento
la
caricia del aire
y su
roce me enerva.
Hace ya
tantos tiempo que nadie se ocupó
de
hacerme sentir tan viva y tan carnal,
que
hasta la lengua etérea de la brisa
es un
consolador descubrimiento.
La
piel, despierta ahora,
recuerda
las antiguas prestidigitaciones
que
la hacían volar
y
lánguida suspira.
¿ Para
cuando,
Dios
mío, para cuándo
la
fortuita ventura ?
Cuándo
me envolverá, para elevarme
a un
cielo, puro raso incandescente,
un
viento arrasador de amantes dedos.
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