Apenas
evocar espléndidos edenes
nos cabe.
Y abismarnos
en el desasosiego por su futura pérdida
sin ni siquiera antes poseerlos.
Yo siempre fui mujer
amante de un solo paraíso.
Aquel que se adivina cercano y asequible,
casi don de quietud,
al sembrarnos el tacto con sus insinuaciones
Del beso hasta el temblor,
del suspiro al estremecimiento
del espasmo a la lágrima,
hombre y mujer unidos en un mismo abandono
podemos alcanzarlo.
Los dioses
son seres solitarios que guardan por costumbre
un fuego que no quema
y nos envidian
este modo de amar y arder a un tiempo.
De lograr que, pasión sobre lo efímero,
un abrazo en lo íntimo transpire eternidad.
nos cabe.
Y abismarnos
en el desasosiego por su futura pérdida
sin ni siquiera antes poseerlos.
Yo siempre fui mujer
amante de un solo paraíso.
Aquel que se adivina cercano y asequible,
casi don de quietud,
al sembrarnos el tacto con sus insinuaciones
Del beso hasta el temblor,
del suspiro al estremecimiento
del espasmo a la lágrima,
hombre y mujer unidos en un mismo abandono
podemos alcanzarlo.
Los dioses
son seres solitarios que guardan por costumbre
un fuego que no quema
y nos envidian
este modo de amar y arder a un tiempo.
De lograr que, pasión sobre lo efímero,
un abrazo en lo íntimo transpire eternidad.
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